23 junio 2006

País de los sueños (parte I)
   publicado por TioP

Homenaje. Recuerdo. Memoria. Afecto. Amistad. Lejanía. Compañero. Distancia. Simpático… y muchísimos más serían los sustantivos y adjetivos que podríamos dar a lo que fue y sigue siendo un ex-compañero de curro de aquellos inicios duros… Compartimos tareas, ordenador, apuntes, libros, programas, películas, amigos… además de amistad y conocimiento. De este último me acuerdo porque juntos fue como aprendimos flash (haciendo un juego de orcos, era la época del Señor de los Anillos) y japonés. Sí sí, japonés, así que fijaros lo que nos aburríamos allá en el curro, no nos generaban trabajo… Aunque bueno, eso de aprender japonés, lo podríamos coger por los pelos, él sí, pero yo me limité a pillar cada silabario y movidas varias. Pues hoy aquí, quiero rendir un recuerdo u homenaje a quien me enseñó mucho, y entre lo que he querido rescatar, está una de las historietas o relatos que allí, junto a mí, escribió, y que hoy he localizado por internet… Lo dividiré en dos partes, quizá algo largas, pero bien estos 5 minutos lo merecen. Ahí va:

De como la búsqueda de un regalo se convirtió en una aventura épica en un país desconocido y peligroso: La tierra de los sueños...

- "Se acerca su cumpleaños" - pensé - "y todavía no he encontrado un regalo"

Las luces estaban apagadas. Miré mis manos vacías y eché una ojeada a mi alrededor, a las sombras de multitud de objetos inútiles que adornaban las paredes y los muebles de mi habitación.

"Tal vez un peluche" - no - "colonia" - tampoco.

Suspiré y me tendí boca arriba en la oscuridad de mi cama, mirando las falsas estrellas de material reflectante que simulaban las constelaciones más importantes. Fuera, las nubes ocultaban el brillo de la luna y el cielo aparecía negro. Las agujas fosforescentes de mi reloj marcaban la una de la mañana.

- Tal vez he buscado en el sitio equivocado - murmuré, casi para mí. Cerré los ojos y me sentí caer en la oscuridad. Cuando mi mente quiso huir y abandonarse a la inconsciencia, me resistí con fuerza, y entonces sentí que mi caída se hacía más lenta, hasta detenerse por completo.

Abrí los ojos sin abrirlos. Estaba flotando dos palmos por encima del suelo, en las laderas del Monte de la Vigilia. A lo lejos podía ver las afueras de la Ciudad de los Durmientes, al Norte del Río de los Sueños Rotos, donde Morfeo guarda seguros a aquellos que no se resisten a su guía. Me había desviado un poco al Este de donde quería ir, pero no estaba perdido. Tal vez me había puesto nervioso o me había despistado un poco. Hacía mucho que no visitaba estos parajes. Descendí suavemente y me posé en el suelo. Me agaché y la hierba alta, de color morado, me ocultó.

Cubrí mi desnudez con unas ropas cómodas de color oscuro que no llamaran mucho la atención y me calcé con unas botas resistentes y ligeras. Asomé la cabeza entre la vegetación, y cuando no vi ninguna pesadilla cerca, corrí agachado a través del Campo de Athras. El cielo estaba despejado en esta parte del Sueño, y manteniendo a mi izquierda la Luna de Atropos alcancé rápidamente el final del valle. Seguí a un ritmo rápido atravesando la Llanura de la Aurora Boreal y me planté sin más incidencias a las puertas de la ciudad del Sueño Oculto, escondida tras las montañas Blancas. Sólo aparece de noche y su emplazamiento cambia con el ciclo lunar, pero dentro de sus muros se encuentran las mayores maravillas de la tierra del Sueño, todas ellas vedadas a los mortales. La muralla gris se alzaba alta sobre mi cabeza y dentro los siete Pilares de la Inconsciencia se elevaban hasta abrir un hueco y atravesar el cielo, formando la figura del Misterio, un enigma escrito en un idioma más antiguo que el hombre.

Acomodé mis ropas y las cambié por otras igualmente simples pero de color más vivo que me permitieran pasar desapercibido en la ciudad y me acerqué a los guardias. Las estatuas de granito, dos veces la altura de un hombre, cruzaron sus lanzas a la altura de mis hombros y giraron sus cabezas lentamente hasta que sus ojos se posaron en mí. Sus labios no se movieron, pero sus voces resonaron potentes en la llanura.

- ¿QUIÉN ERES Y QUÉ VIENES A BUSCAR EN LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS?

Me erguí cuan alto era y mi voz no tembló al responder:

- Agutxi ap Fey, El-Hombre-Que-Sueña-Despierto me llaman, y vengo a buscar un regalo que no puedo hallar en la tierra de los hombres.

El eco de mi voz se extinguió y murió. Contuve la respiración mientras las estatuas continuaban inmóviles. Seguimos así durante minutos, mientras el viento revolvía mis cabellos, largos hasta la cintura, y hacía ondear el pañuelo gris prendado en mi cuello.

Entonces un grito resonó en el Páramo. Un aullido inhumano que me erizó el vello de la nuca e hizo aparecer una espada brillante en mi mano. No me giré, porque hay pesadillas que quitan el aliento, y otras que quitan la razón, pero me estremecí cuando el ruido creció de intensidad y me acerqué a la puerta hasta que mi cara quedó a unas pulgadas del filo de las lanzas entrecruzadas. El sudor se deslizaba por mi frente y mis mejillas.

Detrás de mí la tierra comenzó a temblar, y los árboles lloraron de terror, y cuando estaba dispuesto a girarme y hacer frente a aquel horror sin nombre, los gigantes retiraron sus armas y me franquearon la entrada. Corrí sin mirar atrás, mientras la voz de las estatuas ahogaba la estridencia a mis espaldas:

- EL-HOMBRE-QUE-SUEÑA-DESPIERTO, EL-QUE-CAMINA-EN-SUEÑOS, PASA. NO ESTAS MUERTO, NI RENUNCIASTE A DESPERTAR, PERO HAS SIDO BENDITO CON ESTO: TRES VECES EN TU VIDA PODRÁS ENTRAR EN LA CIUDAD: UNA PARA PEDIR, UNA PARA RECIBIR Y UNA PARA MORIR. NO TE ASUSTES NI TE AFLIJAS, PUES LA MUERTE NO ES EL FIN, Y NO ES IMPORTANTE EL CUÁNDO SINO EL CÓMO.
Sin embargo, no pude evitar un escalofrío cuando escuché la profecía, pues se cuenta que la voz de las estatuas siempre se cumple, y que el destino que escriben siempre permanece.


Continuará...