Baño, urinario, retrete, servicio, mingitorio, váter, excusado, toilete. Muchas formas de llamar al mismo lugar que tantas veces tenemos que utilizar a lo largo de nuestra vida, en principio a diario en varias ocasiones para asuntos menores y a diario también en los mejores casos para asuntos más complejos. Y esa visita puede resultar un placer o un autentico infierno.
El motivo por el que hoy escribo este absurdo post es porque hoy mientras estaba meando en el baño de mi trabajo ha salido uno que salía de la puerta cerrada tras la cual estaba la taza correspondiente, hemos cruzado nuestras miradas, ambos sabíamos lo que el estaba haciendo, lo mío era un asunto sin relevancia, el acababa de sentarse en el trono como lo intentamos hacer todos en el baño de nuestra casa, su mirada revelaba que se sentía sucio.
La complejidad de los baños públicos daría para escribir largo y tendido miles de folios, cientos de artículos. Ya desde pequeños muchos de nosotros teníamos un miedo atroz a que nos tocará hacer ciertas cosas lejos de nuestra casa, existía incluso el tabú de hablar de ello, “hacer de cuerpo” decían horteramente nuestros abuelos y nuestros padres. Temblábamos cuando nos tocaba ir de campamentos y éramos capaces de estar hasta una semana sin hacerlo con tal de no ir detrás de un árbol piedra en mano para finiquitar el asunto, y es que por mucho que entiendan los habitantes de zonas rurales, no, limpiarse con una piedra o una hoja seca no es tarea fácil. Siempre se ha intentado adelantar la vuelta a casa cuando el “amigo” amenazaba con salir porque como con la tranquilidad del hogar no se esta en ningún sitio, y más en estos momentos. Pero cuando llega la hora y uno esta lejos de su casa lo que hace es entrar un cutre bar donde se toma un café por 1 € y puede evacuar con calma y es aquí donde entra en liza la teoría de un viejo conocido nuestro que defendía el argumento de entrar en un bar “de lujo” en el que el café no puede tener una diferencia superior a 50 céntimos y la higiene y calidad del servicio sin duda compensara esta mínima cantidad.
Otra cosa bien distinta es la habitual y corriente visita al baño para la simple micción. Esto es algo que en los hombres se va perfeccionando con los años hasta alcanzar cotas de calidad más que notables. Eso sí, cuando se esta en un servicio público atestado de gente se intentará que no haya nadie a los lados, si necesariamente hay alguien a un lado intentaremos estar siempre pegados a la pared y si no hay nadie cogeremos siempre el meadero del centro. Habrá ocasiones y yo puedo dar fe de ello en que tengamos al lado a un tio meando al lado y no haya forma humana de que salga nada de nuestro cuerpo, no se si por nervios o que, este es uno de los momentos más complejos, sobre todo cuando hemos empezado supuestamente a mear a la vez, el tio no escuchará sonido en nuestro retrete pero podremos disimular agitando nuestro miembro al final haciendo ver como que ya hemos acabado, al fin y al cabo el sonido se puede camuflar direccionando bien el chorro. Aún así la situación es complicada ya que en cuanto el otro observador y compañero de meada se haya ido habrá que volver al lugar del crimen a rematar la faena nunca finalizada. Y en ese momento operaremos como siempre, a nuestro estilo, aunque no es único, los hay que asoman solo una parte y los que sacan tanto al interesado como a sus 2 acompañantes, que de paso se airean. Después, un lavado de manos (no todo el mundo) y vuelta al mundo real.
Este post además de escatológico es mayoritariamente para chicos, seguro que alguno se siente identificado. Bienvenidos al maravilloso mundo de los servicios públicos.
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