La historia inconclusa
publicado por TioP
Esta historia va dedicada JL, JM y SQ. Se han cambiado los nombres de los protagonistas y los escenarios para mantener en el anonimato a los implicados.
“Érase una vez una ciudad con unas encinas, pinos, prados dedicados al ganado, una gran cerca de hierro que en parte dejaba anexo un ecosistema húmedo lleno de plantas herbáceas. Allí reinaba un solo Dios, conocido por todos pero saludado por nadie, el cual, a través de infinidad de cadenas de mando nombró a un gran hombre. Este, pastor de profesión, no paraba de estar junto al arroyo, meditando cómo hacer cada día mejor su trabajo. El tenía a su lado a su mujer, mexicana y muy devota a la virgen, y ambos poseían un buen rebaño de ovejas. Éstas campaban con libertad y daban a sus dueños lo que querían, leche, lana, e incluso si hacía falta, carne.
Tres años más tarde, el marido tuvo que marchar a la otra punta de la ciudad, dejando sola a su mujer al cargo de las ovejas. Supo hacer bien el trabajo que le había encomendado su amado, pues le enseñó muy bien el oficio, hasta que un mal día empezó ha llegar por ahí un lobo y sus lobeznos. Consiguieron apresar a casi todas las ovejas, sin llegar a matarlas, y se las llevaron a un extremo lejano del prado sin acceso para la pobre mujer. Ahora todo estaba roto, el marido lejos de ahí y las ovejas dispersas. La mujer pagó el tributo de no disponer de ciertas ovejas, a cambio de poder seguir con su parte del prado y las ovejas más longevas. Llegaron a tener contacto entre ella y el lobo, pero como os podréis imaginar, no hubo comunicación, pues por muy fantasiosa que parezca la ciudad y el prado, los animales no hablaban… Y como siempre se sabe, un lobo no es de fiar, por lo que al final acabó por robarle el resto de las ovejas.
Desde ese momento, la pobre mujer no volvió a ser la misma, y siempre recibía disgustos de los lobos, ya que aunque intentara guiar a nuevas ovejas, éstas no podían campar a sus anchas. Lobos que intentaron someter a las ovejas, pero éstas, sabias y conocedoras de las malas artes de los lobos, sobrevivieron demostrando que eran imprescindibles para su subsistencia. Nunca se dejaron comer, aunque estuvieran cerca, y es que sus argumentos eran sólidos, ninguna oveja como ellas podía dar tan rica leche y tan abrigada lana.
Es así como estas ovejas convivían con los lobos y con otras de su especie. Nunca corría la sangre al río, pero muchos fueron los enfrentamientos a lo largo del tiempo que pasaron juntos, y muchos fueron los desprecios a las que éstas se vieron sometidas.
La leyenda cuenta que una vez estos lobos se enfrentaron a un gran carnero que consiguió desterrarlos del lugar y colocar ahí a otro animal que las tratara con respeto y les dejara campar con libertad. No se conoce de qué animal se trata, pero estas ovejas, pudieron tener descendencia y dejar el duro trabajo de dar leche y lana día sí y día también.
Pero como en toda leyenda, se encontraron manuscritos que hacen pensar que otro fue el final, ya que relatan que el lobo jefe tuvo nuevos hijos que retomaron el control de las ovejas, y éstas, hartas de la sumisión a la que se veían sometidas, decidieron plantear una huida… lo malo es que no está escrito qué paso después…”
Sin más, para los que no la hayan entendido, decir que es una reflexión en voz alta en la que se ponen de manifiesto preocupaciones y obstáculos de la propia vida. También la historia tiene varias moralejas:
1. Un lobo nunca es bueno.
2. Una oveja siempre produce mejor cuanto mejor se le trata.
3. Un queso de oveja no es igual a otro queso de oveja.
4. La calidad existe.
Quiero ser una buena oveja.
“Érase una vez una ciudad con unas encinas, pinos, prados dedicados al ganado, una gran cerca de hierro que en parte dejaba anexo un ecosistema húmedo lleno de plantas herbáceas. Allí reinaba un solo Dios, conocido por todos pero saludado por nadie, el cual, a través de infinidad de cadenas de mando nombró a un gran hombre. Este, pastor de profesión, no paraba de estar junto al arroyo, meditando cómo hacer cada día mejor su trabajo. El tenía a su lado a su mujer, mexicana y muy devota a la virgen, y ambos poseían un buen rebaño de ovejas. Éstas campaban con libertad y daban a sus dueños lo que querían, leche, lana, e incluso si hacía falta, carne.
Tres años más tarde, el marido tuvo que marchar a la otra punta de la ciudad, dejando sola a su mujer al cargo de las ovejas. Supo hacer bien el trabajo que le había encomendado su amado, pues le enseñó muy bien el oficio, hasta que un mal día empezó ha llegar por ahí un lobo y sus lobeznos. Consiguieron apresar a casi todas las ovejas, sin llegar a matarlas, y se las llevaron a un extremo lejano del prado sin acceso para la pobre mujer. Ahora todo estaba roto, el marido lejos de ahí y las ovejas dispersas. La mujer pagó el tributo de no disponer de ciertas ovejas, a cambio de poder seguir con su parte del prado y las ovejas más longevas. Llegaron a tener contacto entre ella y el lobo, pero como os podréis imaginar, no hubo comunicación, pues por muy fantasiosa que parezca la ciudad y el prado, los animales no hablaban… Y como siempre se sabe, un lobo no es de fiar, por lo que al final acabó por robarle el resto de las ovejas.
Desde ese momento, la pobre mujer no volvió a ser la misma, y siempre recibía disgustos de los lobos, ya que aunque intentara guiar a nuevas ovejas, éstas no podían campar a sus anchas. Lobos que intentaron someter a las ovejas, pero éstas, sabias y conocedoras de las malas artes de los lobos, sobrevivieron demostrando que eran imprescindibles para su subsistencia. Nunca se dejaron comer, aunque estuvieran cerca, y es que sus argumentos eran sólidos, ninguna oveja como ellas podía dar tan rica leche y tan abrigada lana.
Es así como estas ovejas convivían con los lobos y con otras de su especie. Nunca corría la sangre al río, pero muchos fueron los enfrentamientos a lo largo del tiempo que pasaron juntos, y muchos fueron los desprecios a las que éstas se vieron sometidas.
La leyenda cuenta que una vez estos lobos se enfrentaron a un gran carnero que consiguió desterrarlos del lugar y colocar ahí a otro animal que las tratara con respeto y les dejara campar con libertad. No se conoce de qué animal se trata, pero estas ovejas, pudieron tener descendencia y dejar el duro trabajo de dar leche y lana día sí y día también.
Pero como en toda leyenda, se encontraron manuscritos que hacen pensar que otro fue el final, ya que relatan que el lobo jefe tuvo nuevos hijos que retomaron el control de las ovejas, y éstas, hartas de la sumisión a la que se veían sometidas, decidieron plantear una huida… lo malo es que no está escrito qué paso después…”
Sin más, para los que no la hayan entendido, decir que es una reflexión en voz alta en la que se ponen de manifiesto preocupaciones y obstáculos de la propia vida. También la historia tiene varias moralejas:
1. Un lobo nunca es bueno.
2. Una oveja siempre produce mejor cuanto mejor se le trata.
3. Un queso de oveja no es igual a otro queso de oveja.
4. La calidad existe.
Quiero ser una buena oveja.
Etiquetas: Paranoias, Reflexiones
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