Las tomaduras de pelo
publicado por Fry
Al amparo de las fiestas se cometen todas las tropelías y timos que puedan imaginarse. A las ya supuestas subidas de precio se suma el que te den gato por liebre en cualquier sitio. Quizás ya empezamos a estar acostumbrados a esta mierda, pero no deja de joder cada vez que ocurre.
Esta vez el atraco se cometió en un restaurante. El precio, alrededor de treinta euros, no era para comer como el marajá de la india, pero es lo suficiente como para que no te tomen el pelo. Para empezar habían inventado un sistema en el que tenías que elegir tres centros para toda la mesa (ibamos cinco) sacando igual cantidad de comida independientemente del número de comensales.
El servicio faboluso, capitaneado por una camarera virtualmente drogada de matarratas, con unos ojos como platos y que tuvo que ser ayudada por uno de los presentes ante un amago de desmayo en el baño. Los platos, por supuesto, estuvieron a la altura de las circunstancias. Aquel que rezaba ser surtido de ibéricos realmente contenía el jamón serrano más barato que se puede encontrar en las tiendas. Las gambas, otro de los suculentos centros, tenían la cabeza más negra que el betún, además de estar blandas y con olor a pescado. Algo indignante.
Así que después de servir de conejillos de indias para averiguar hasta que punto una persona puede ingerir comida en mal estado sin perjuicio físico, llegamos a los segundos. Un entrecot que habría cumplido una mejor función como alpargatas, tan demandadas en estas fechas.
Eso sí, tengo que romper una lanza a favor del postre, ya que la cuajada simplemente estaba normal. La puntilla la puso el detalle final. Nos "invitaron" a unos chupitos de pacharán que fueron sacados igual que en el chino, apelotonados en un platito rebosante de líquido elemento, para poder llevar los dedos pegasosos toda la noche. Por supuesto, rompiendo todas las expectativas, éstos fueron cobrados.
Ya basta y que no nos tomen el pelo, joder¡
Esta vez el atraco se cometió en un restaurante. El precio, alrededor de treinta euros, no era para comer como el marajá de la india, pero es lo suficiente como para que no te tomen el pelo. Para empezar habían inventado un sistema en el que tenías que elegir tres centros para toda la mesa (ibamos cinco) sacando igual cantidad de comida independientemente del número de comensales.
El servicio faboluso, capitaneado por una camarera virtualmente drogada de matarratas, con unos ojos como platos y que tuvo que ser ayudada por uno de los presentes ante un amago de desmayo en el baño. Los platos, por supuesto, estuvieron a la altura de las circunstancias. Aquel que rezaba ser surtido de ibéricos realmente contenía el jamón serrano más barato que se puede encontrar en las tiendas. Las gambas, otro de los suculentos centros, tenían la cabeza más negra que el betún, además de estar blandas y con olor a pescado. Algo indignante.
Así que después de servir de conejillos de indias para averiguar hasta que punto una persona puede ingerir comida en mal estado sin perjuicio físico, llegamos a los segundos. Un entrecot que habría cumplido una mejor función como alpargatas, tan demandadas en estas fechas.
Eso sí, tengo que romper una lanza a favor del postre, ya que la cuajada simplemente estaba normal. La puntilla la puso el detalle final. Nos "invitaron" a unos chupitos de pacharán que fueron sacados igual que en el chino, apelotonados en un platito rebosante de líquido elemento, para poder llevar los dedos pegasosos toda la noche. Por supuesto, rompiendo todas las expectativas, éstos fueron cobrados.
Ya basta y que no nos tomen el pelo, joder¡
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