24 septiembre 2005

El futuro del pasado
   publicado por Fry

De acuerdo lectores, cuento con pocos años como para haber presenciado la segunda guerra mundial, para haber presenciado en directo a Amstrong pisando la luna y jodiendo con ello, para siempre, la vida de Aldrin o incluso para decir algo de Franco vivido en mis propias carnes. Sin embargo cuento con los suficientes como para haber vivido un fenómeno, casi convertido en psicosis, que compartimos todos los que pisamos el siglo XX: el futuro incierto que deparaba el año 2000. Y no me refiero al invento periodístico del efecto 2000, absurdos sensacionalismos, sino a la esencia misma del cambio tan importante y con un efecto psicológico tan brutal como iba a ser ese.

No creo que haya nadie leyendo este post que haya nacido en otro siglo. Ojala este blog se mantenga tantos años que tengamos a invitados del siglo xxi, así que todo el mundo entenderá lo que digo. Desde que nacimos, el año 2000 estaba ahí, intangible, distante hasta el infinito, era un año que no iba a llegar nunca jamás y que nos sirvió para acumular todas las esperanzas tecnológicas y personales. Era la referencia de todas las películas y de todos los comentarios. Era aquella fecha que siempre pones cuando especulas entre los amigos donde acabará cada uno, una fecha que sólo existía en la imaginación porque jamás creímos que era posible que llegara. Era un recurso que teníamos, no hacia falta que existiera realmente.

Y mientras el milenio se iba agotando, en los 90 ya muy tardíos, aún permanecíamos hablando del 2000 como la fecha culminante de la ciencia y el futuro. No era moco de pavo, el 2000 representaba la esencia misma del futuro, no era posible que algo que siempre ha representado algo tan lejano y tan poderoso estuviera delante de tus narices, especialmente cuando la realidad que se avecinaba distaba mucho de la imaginación de nuestras calenturientas mentes. Yo al menos me negué a aceptarlo.

Y sembrado de polémica y cataclismos informáticos... llegó. Pero que triste llegó el hijo de puta. Los coches no volaban, las casas no se limpiaban solas, la comida no se tomaba en forma de pastillas astronaúticas, nuestra forma de vestir no era plateada y aséptica, Marte seguía siendo rojo y solitario ajeno a la mano del hombre, no existían los ciborgs, no había implantes biotecnológicos que nos hicieran aprender un idioma en un segundo, las películas de cine no eran con hologramas, los Morancos y Cruz y Raya no se habían retirado, no teníamos videoconferencias en nuestras casas, las llaves no se habían sustituido por lectores de retina, no existían maquinas para hacerte viajar a otros planetas, no se podían dar paseos por el espacio, de la realidad del orgasmatrón ni hablemos, los niños no nacían en incubadoras, no se había descubierto la cura a todas las enfermedades, no teníamos a un extraterrestre amigo en cada casa, la nevera no hacía la compra al supermercado, no existía la maquina del tiempo, los ordenadores no eran cuánticos ni ópticos, las fachadas de las casas no podían cambiar de color, en los bares no se podía pagar con tarjeta.... definitivamente todo lo que habíamos creído durante toda nuestra vida era una mentira.


Y el 2000 significó eso, la realidad evidente de que todo lo prometido y soñado durante toda tu vida no servía para nada. Antes no importaba que las lavadoras no plancharan la ropa, siempre quedaba el recurso del “futuro”, dicho con la boca bien grande. Y es curioso observar la visión del futuro en el pasado, en décadas anteriores, donde los iluminados imaginaban robots que realizaban tareas complejísimas, pero con un aspecto totalmente arcaico a nuestros ojos actuales, con remaches, metales pesados, formas poco estilizadas y movimientos bruscos. Da igual, los sueños de todas las décadas que nos precedieron eran iguales a los nuestros.

No sé si alguno de vosotros compartirá mi opinión, pero en aquel año, aunque tardé algún tiempo en darme cuenta, desapareció la sensación de futuro. El milenio nos quitó la ilusión de pensar en un futuro tecnológico mejor y, sólo un año después, el insoportable euro nos quitó el pasado. Bienaventurados los que vivan en el siglo XXX, porque ellos pondrán todas sus esperanzas en el año 3000.

Yo, desde entonces, no sé muy bien hacia dónde levantar la vista.

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