La España profunda
publicado por Fry
Ya he hablado en otras ocasiones de la España profunda, esa España antigua, que no evoluciona, que mantiene intactas las raices de lo que nos ha hecho españoles. Esa España que adoro y que se encuentra en casi todos los rincones de la península. Ya no es mi mundo, me han tocado vivir otras circunstancias y otra vida, pero no dejo de admirar todo eso.
Y hablo de este tema para contar una breve anécdota que me ocurrió recientemente. Por avatares del destino (y algún que otro problema de adicción alcoholica), nos vimos obligados a reponer las reservar de líquido elemento, véase whisky, en una zona castellana perdida de la mano de dios. Odio profundamente las estaciones de servicio y acostumbro a estirar las piernas en pequeñas tascas en pueblo recónditos. Cuando deambulas por estas pequeñas poblaciones, sin conexiones con carreteras importantes, ni urbes cercanas, en aquellos sitios donde la vida transcurre sin que pase el tiempo, eres consciente de que no vas a encontrar un centro comercial con cientos de tiendas, pero no esperaba encontrarme con lo que vimos.
Como preguntando se va a Roma, un hombrecillo nos comentó que había una tienda de comestibles subiendo una cuesta. Para empezar la cuesta no era tan pequeña como sugirió, pero al fin y al cabo estábamos de aventura. Más por cotilleo que por hacer un favor nos "siguió" hasta el lugar. Probablemente ya sabía que no ibamos a ser capaces de saber de que hablaba. Nos encontrábamos rodeados de casas pequeñitas sin letreros comerciales y el intercepto nos volvió a indicar que llamáramos a una de las puertas, que nos abrirían. Así que allí estábamos, delante de una casa particular sin saber qué nos esperaría detrás de la puerta, hasta que una viejecita no acompaño hasta lo que era una especie de pequeño supermercado integrado dentro de su casa. Al rato salió el marido, también anciano, y no puedo dar otro calificativo a la situación que entrañable. Se portaron fenomenal con nosotros, casi diría que hasta cariñosos, y poco importó que el único whisky disponible fuera el nunca bien ponderado segoviano.
También necesitábamos comprar pan. Por suerte "la panadería" estaba cerca, justo delante de la otra casa, y no hace falta decir que el sistema de venta era idéntico. Tardaron un poco en abrir, tiempo en el que nos acompañaban la parejita del super para garantizar que conseguíamos llevarnos pan a la boca. En su defecto nos habrían surtido de pan bimbo.
La verdad que me fui de allí con un buen sabor de boca, sintiéndome orgulloso, una vez más, de ser español, y de que aún exista esa otra España.
Y hablo de este tema para contar una breve anécdota que me ocurrió recientemente. Por avatares del destino (y algún que otro problema de adicción alcoholica), nos vimos obligados a reponer las reservar de líquido elemento, véase whisky, en una zona castellana perdida de la mano de dios. Odio profundamente las estaciones de servicio y acostumbro a estirar las piernas en pequeñas tascas en pueblo recónditos. Cuando deambulas por estas pequeñas poblaciones, sin conexiones con carreteras importantes, ni urbes cercanas, en aquellos sitios donde la vida transcurre sin que pase el tiempo, eres consciente de que no vas a encontrar un centro comercial con cientos de tiendas, pero no esperaba encontrarme con lo que vimos.
Como preguntando se va a Roma, un hombrecillo nos comentó que había una tienda de comestibles subiendo una cuesta. Para empezar la cuesta no era tan pequeña como sugirió, pero al fin y al cabo estábamos de aventura. Más por cotilleo que por hacer un favor nos "siguió" hasta el lugar. Probablemente ya sabía que no ibamos a ser capaces de saber de que hablaba. Nos encontrábamos rodeados de casas pequeñitas sin letreros comerciales y el intercepto nos volvió a indicar que llamáramos a una de las puertas, que nos abrirían. Así que allí estábamos, delante de una casa particular sin saber qué nos esperaría detrás de la puerta, hasta que una viejecita no acompaño hasta lo que era una especie de pequeño supermercado integrado dentro de su casa. Al rato salió el marido, también anciano, y no puedo dar otro calificativo a la situación que entrañable. Se portaron fenomenal con nosotros, casi diría que hasta cariñosos, y poco importó que el único whisky disponible fuera el nunca bien ponderado segoviano.
También necesitábamos comprar pan. Por suerte "la panadería" estaba cerca, justo delante de la otra casa, y no hace falta decir que el sistema de venta era idéntico. Tardaron un poco en abrir, tiempo en el que nos acompañaban la parejita del super para garantizar que conseguíamos llevarnos pan a la boca. En su defecto nos habrían surtido de pan bimbo.
La verdad que me fui de allí con un buen sabor de boca, sintiéndome orgulloso, una vez más, de ser español, y de que aún exista esa otra España.
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