Mi guitarra y yo
publicado por Fry
Sólo seis cuerdas sobre una madera hueca son capaces de crear el mundo entero. Tuve la gran suerte hace pocos años, quizás cinco, de aventurarme a desempolvar una vieja guitarra colgaba en la pared de mi casa. Nadie la sabía tocar y sólo servía de adorno hasta que fue a parar a mis inexpertas manos. Siempre he sido muy inconstante con las cosas, he empezado y dejado todo lo que he hecho a lo largo de mi vida. Son tantas cosas por las que alguna vez me he interesado que se me pierden en la memoria, pero la guitarra vino para quedarse. Probablemente para siempre.
Aprender a tocar es difícil, muy difícil, especialmente si quieres ser capaz de amenizar algo más que un campamento. Los cuatro primeros años no tuve más ayuda que internet, así que fui acumulando vicios y frustración. El inicio es especialmente duro, ya que a la incapacidad de coordinar los dedos se suma un insoportable dolor en la mano izquierda al pisar las cuerdas. Después de varias horas tocando, antes de que las yemas hayan llegado a endurecerse, tienes las yemas peladas y doloridas. Menos mal que los resultados llegan pronto, y cuando eres capaz de tocar por primera vez "Clavelitos" sin fallar en cada acorde sientes el poder en tus manos. Más allá, sólo la propia lucha con tu paciencia y desesperación separarán la barrera de ser una de las miles de personas que lo intentó de aquellos a los que la música les acompañará el resto de su vida.
Hace poco leí una entrevista del gran Paco de Lucía sobre lo ingrata que es la guitarra, opinión que comparto al 100%. Es un instrumento que necesita fuerza y velocidad, pero cuyo sonido se apaga tan rápido como empezó. Sólo un breve instante de sonido y llega el silencio. No hay tregua con la guitarra española. Cada pulsación necesita ser acompañada tan rápido que a veces te preguntas si merece la pena. Puedes pasar horas y días ensayando y, llegado el momento de la verdad, cuando tienes que medirte delante de un público (sea el que sea), medio milímetro de la uña puede acabar con todo lo que has trabajado. Es así de hija de puta. Sin embargo, ser capaz de sentir el poder de crear música, aunque sólo sea un instante, compensa todo lo que tienes que pasar.
Mi guitarra es lo mejor que me ha pasado en la vida. Picoteé la eléctrica y se quedó aparcada tal y como entró en casa, hasta que buscando más allá descubrí el flamenco y con él llego mi Alhambra. Y por supuesto mi gran maestro Jesús, sevillano como no podía ser de otra manera. No sé si es por la dificultad, por su variedad, por su sabor español, no lo sé, pero esta endiablada música y sus palos me tienen atrapado entre veloces punteos y cantes que no entiendo.
Animo a todo el mundo a que invierta cincuenta euros en comprar una y cambiar su vida. No sé a donde me lleva la guitarra, pero sea donde sea me iré con ella. Algún día hablaré de flamenco.
Aprender a tocar es difícil, muy difícil, especialmente si quieres ser capaz de amenizar algo más que un campamento. Los cuatro primeros años no tuve más ayuda que internet, así que fui acumulando vicios y frustración. El inicio es especialmente duro, ya que a la incapacidad de coordinar los dedos se suma un insoportable dolor en la mano izquierda al pisar las cuerdas. Después de varias horas tocando, antes de que las yemas hayan llegado a endurecerse, tienes las yemas peladas y doloridas. Menos mal que los resultados llegan pronto, y cuando eres capaz de tocar por primera vez "Clavelitos" sin fallar en cada acorde sientes el poder en tus manos. Más allá, sólo la propia lucha con tu paciencia y desesperación separarán la barrera de ser una de las miles de personas que lo intentó de aquellos a los que la música les acompañará el resto de su vida.
Hace poco leí una entrevista del gran Paco de Lucía sobre lo ingrata que es la guitarra, opinión que comparto al 100%. Es un instrumento que necesita fuerza y velocidad, pero cuyo sonido se apaga tan rápido como empezó. Sólo un breve instante de sonido y llega el silencio. No hay tregua con la guitarra española. Cada pulsación necesita ser acompañada tan rápido que a veces te preguntas si merece la pena. Puedes pasar horas y días ensayando y, llegado el momento de la verdad, cuando tienes que medirte delante de un público (sea el que sea), medio milímetro de la uña puede acabar con todo lo que has trabajado. Es así de hija de puta. Sin embargo, ser capaz de sentir el poder de crear música, aunque sólo sea un instante, compensa todo lo que tienes que pasar.
Mi guitarra es lo mejor que me ha pasado en la vida. Picoteé la eléctrica y se quedó aparcada tal y como entró en casa, hasta que buscando más allá descubrí el flamenco y con él llego mi Alhambra. Y por supuesto mi gran maestro Jesús, sevillano como no podía ser de otra manera. No sé si es por la dificultad, por su variedad, por su sabor español, no lo sé, pero esta endiablada música y sus palos me tienen atrapado entre veloces punteos y cantes que no entiendo.
Animo a todo el mundo a que invierta cincuenta euros en comprar una y cambiar su vida. No sé a donde me lleva la guitarra, pero sea donde sea me iré con ella. Algún día hablaré de flamenco.
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