15 diciembre 2005

Dal cela, pulil cela
   publicado por freddd

Cada infancia queda marcada por una serie de iconos que varían según la década en que se haya nacido, esto es inevitable. Probablemente hace 500 años esos iconos eran los míticos guerreros que a golpe de hacha y espada vencían en solitario a los infinitos ejércitos o a temibles dragones, según las historias que pasaban de padres a hijos. Pero en la era actual y desde su invención, el cine ha sido el mayor generador de mitos infantiles, probablemente esta tendencia se vaya extendiendo a otros medios tecnológicos y los niños de hoy vengan marcados más por los personajes de los videojuegos o simplemente tengan sus cabezas locas ante tanta información que ven en Internet, móviles, etc.

Pero como digo en la época a la que pertenezco (los 70) el cine fue una inagotable fuente de creación de ídolos, de modelos a seguir, de personajes que nos ayudaron a crecer, personajes que utilizábamos a modo de espejo, jugábamos a ser como ellos y nos guiaban en nuestra, por aquel entonces sencilla vida (aunque nosotros no pensábamos que fuera sencilla, estábamos equivocados).

Para mí uno de esos ídolos fue el señor Miyagi Sam, protagonista de una de esas películas infantiles que sin ser buenas nos llegaron al alma, aún así el actor fue nominado al Oscar aquel año. Pero para empezar a hablar de este individuo no hay como leer una de sus míticas frases:

“Un hombre que puede capturar moscas con palillos es capaz de conseguir cualquier cosa”

Esta gran frase fue a su vez uno de los grandes símbolos de este personaje. En la historia que refleja la película un joven llega nuevo a la ciudad, la pandilla más mala del barrio se la tiene jurada desde el principio y humillan al chaval hasta que cae en las manos de Miyagi, anciano que le enseña artes marciales (karate) de una manera muy especial. Con este argumento sencillo y desde la perspectiva de la no violencia impresa en todo momento, la película nos enseña como este entrañable señor enseña karate con técnicas no habituales. El desenlace es el esperado y el joven consigue el respeto de todos utilizando el Karate exclusivamente para su defensa. Antes de llegar al final otra frase mítica que en aquellos años yo al menos tardé en entender, “con o sin ipones eres carne muerta”

Desde entonces he llevado dentro las enseñanzas del señor Miyagi, utilizar el karate solo para hacer el bien… La verdad es que no se Karate ni ninguna otra arte marcial y la maldad es algo que en ocasiones planea sobre mi cabeza pero la forma de ver la vida de Miyagi encarna el bien y resulta una figura paternal que es difícil de olvidar. El nos enseño que la fuerza esta en la cerebro y no en el cuerpo y que vencer era cuestión de equilibro interior, nos demostró que para ganar no basta con un puñado de músculos. Ahora tristemente aquel viejecito que yo consideraba inmortal y que fue fiel compañero en los malos momentos de mi niñez, ha muerto. Aunque bien podría eliminar la coma anterior y decir que mi niñez ha muerto, y una buena parte de ella se la debo a el, la que me dio y la que ahora se lleva. El me enseño que dando y puliendo cera se podía aprender defensa personal, que se podían cazar moscas con dos palillos chinos pero lo más importante que para conseguir algo solo hay que proponérselo y tener fé en ello.

"Para personas sin perdón en el corazón, la vida es peor castigo que la muerte".

Cuando vuelvo a ver esta película llega de nuevo a mí la nostalgia que ya expresé en otros post, la de los años pasados y los 80 para el cine fueron buenos años, eso sí, el cine era un poco más inocente que el de ahora. Miyagi era como una versión terrenal y ligeramente más light de Pai Mei, el maestro de Kill Bill. Y ahora que lo escribo y lo releo tal vez sea esta la diferencia del cine de entonces y del cine de ahora, las historias eran más sosegadas, con personajes más tranquilos y los desarrollos eran mucho más sobrios, es posible que menos trabajados y sin duda demasiado suaves para los tiempos actuales. Que pasaría si juntáramos en una lucha a Miyagi y Pai Mei… la dulzura contra la brutal disciplina, la sabiduría contra el poder absoluto, posiblemente acabarían comiendo arroz los dos juntos. Porque amigos, nadie es capaz de darle una hostia al bueno de Miyagi. Y es que Pai Mei ya es otra cosa pero de todo esto de Kill Bill (esta sí una joya cinematográfica) hablaremos en otra ocasión ya que merece algo mucho más extenso y desarrollado.

A Miyagi decirle que aunque ya no este aquí abajo, siempre quedara algo de el en nosotros, al menos en mí, que aunque la inocencia nos haya sido arrebatada y la edad nos haya traído de golpe la realidad, siempre tendremos un espacio para el, su sabiduría no caerá en saco roto. Intentaremos que su legado no se pierda, al menos en nuestra generación. Gracias Miyagi