Recuerdos del botellón
publicado por Fry
Confieso que estoy feliz. Una vez más lo políticamente incorrecto me llama para manifestarme a favor de una de las mejores cosas que he podido vivir: el botellón. Hoy España despierta. Por fin se ha abierto la caja de pandora y las manifestaciones en favor de esta práctica se suceden por todos los rincones del país. Este post lo debería escribir mañana, con datos de los resultados de esta noche, pero no me importa excesivamente el resultado y los impedimentos que se pongan. La gente se ha despertado.
Y me encuentro melancólico porque se ha abierto una rendijita por donde mirar al pasado, tiempos de botellón y diversión que tuve la suerte de vivir en todo su esplendor en mi añorado Cáceres. Allí, en una de las plazas más encantadoras de cuantas capitales conozco, nos reuníamos para beber y conocer gente. Salir de marcha implicaba unirte a todo el mundo en la cuna del botellón, para después seguir por los pubs y discotecas. Y prometo que no he encontrado en mi vida una forma de salir más sana que la que allí se vivió. Nunca el alcohol supuso un motivo para una pelea, ni para el gamberrismo descontrolado, ni el griterío desmedido. Quién haya tenido la gran suerte de vivir esos años de mágico botellón en la plaza Mayor me entenderá.
Aún recuerdo como si fuera ayer esas míticos segovianos comprados en tiendas de 24 horas habilitadas para tal efecto, mucho antes de que la fiebre amarilla invadiera el país con sus tiendas de frutos secos. Recuerdo esos DYC y William Lawson en una ceremonia que se alargaba hasta las 2 o 3 de la mañana, en las que se podía hablar y conocerte lejos de los absurdos volúmenes de los bares. Recuerdo esos guantes de lana que llevábamos sólo en una mano, la del cubata, para soportar las gélidas temperaturas del invierno extremeño. También recuerdo aquella grabadora que inmortalizó desvaríos nocturnos. Había muchísima gente cada fin de semana, pero como el hombre es animal de costumbres las cuadrillas tendían a los mismos sitios y solías conocer a tus vecinos, con los que se acababa teniendo relación. El intercambio de cuadrillas y bebidas era una práctica habitual, y sólo puedo definir la situación como de "buen rollo". Jamás vi nada que me hiciera pensar lo contrario.
Acabado el botellón, a una hora no escrita pero pactada, la plaza se vaciaba para dejar paso a las labores de limpieza, que en 15 minutos dejaban inmaculado el asfalto religiosamente cada jueves, viernes y sábado. Era un ejemplo de civismo, compañerismo y diversión sana, por mucho que parezca una locura decir esto.
Y a la gente que no lo entiende, que piensa que la descerebrada juventud ha perdido el norte, que le parece que se ha acabado la decencia y la moral, que sólo es beber por beber, que el país se hunde entre alcoholicos... sinceramente lo siento por ellos. Tengo la gran suerte de recordar los botellones como las mejores salidas de mi vida. Os jodéis si no podéis decir lo mismo.
España, despierta, que aquí hay uno más.
Y me encuentro melancólico porque se ha abierto una rendijita por donde mirar al pasado, tiempos de botellón y diversión que tuve la suerte de vivir en todo su esplendor en mi añorado Cáceres. Allí, en una de las plazas más encantadoras de cuantas capitales conozco, nos reuníamos para beber y conocer gente. Salir de marcha implicaba unirte a todo el mundo en la cuna del botellón, para después seguir por los pubs y discotecas. Y prometo que no he encontrado en mi vida una forma de salir más sana que la que allí se vivió. Nunca el alcohol supuso un motivo para una pelea, ni para el gamberrismo descontrolado, ni el griterío desmedido. Quién haya tenido la gran suerte de vivir esos años de mágico botellón en la plaza Mayor me entenderá.
Aún recuerdo como si fuera ayer esas míticos segovianos comprados en tiendas de 24 horas habilitadas para tal efecto, mucho antes de que la fiebre amarilla invadiera el país con sus tiendas de frutos secos. Recuerdo esos DYC y William Lawson en una ceremonia que se alargaba hasta las 2 o 3 de la mañana, en las que se podía hablar y conocerte lejos de los absurdos volúmenes de los bares. Recuerdo esos guantes de lana que llevábamos sólo en una mano, la del cubata, para soportar las gélidas temperaturas del invierno extremeño. También recuerdo aquella grabadora que inmortalizó desvaríos nocturnos. Había muchísima gente cada fin de semana, pero como el hombre es animal de costumbres las cuadrillas tendían a los mismos sitios y solías conocer a tus vecinos, con los que se acababa teniendo relación. El intercambio de cuadrillas y bebidas era una práctica habitual, y sólo puedo definir la situación como de "buen rollo". Jamás vi nada que me hiciera pensar lo contrario.
Acabado el botellón, a una hora no escrita pero pactada, la plaza se vaciaba para dejar paso a las labores de limpieza, que en 15 minutos dejaban inmaculado el asfalto religiosamente cada jueves, viernes y sábado. Era un ejemplo de civismo, compañerismo y diversión sana, por mucho que parezca una locura decir esto.
Y a la gente que no lo entiende, que piensa que la descerebrada juventud ha perdido el norte, que le parece que se ha acabado la decencia y la moral, que sólo es beber por beber, que el país se hunde entre alcoholicos... sinceramente lo siento por ellos. Tengo la gran suerte de recordar los botellones como las mejores salidas de mi vida. Os jodéis si no podéis decir lo mismo.
España, despierta, que aquí hay uno más.
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