Humanizando a los humanos (I)
publicado por Fry
Pese a que en este post pretendo romper una lanza en favor del futuro de la inteligencia artificial comenzaré diciendo que ha sido la gran mentira de la ciencia en los últimos 30 años. Y ha pasado lo que tenía que pasar, años prometiendo el oro y el moro y la gente se ha aburrido y ya no se traga nada que huela a I.A. (versión chic). La década de los 90 avivó de forma espectacular esta desconocida y complicada rama de la informática, de la que se hicieron eco películas, prensa, escritores, revistas, etc, etc. Parecía que íbamos por buen el camino, el increíble aumento de velocidad de los procesadores iba a permitir realizar tantas operaciones por segundo que íbamos a ser capaces de reproducir cualquier cosa en un breve plazo de tiempo. Había motivos para el optimismo. Nada más lejos de la realidad, la inteligencia artificial está tan lejos de cubrir las expectativas iniciales que, por lo menos, ha decepcionado al gran público.
Al margen de las investigaciones de grandes equipos, gobiernos, comunidades científicas, y demás investigaciones serias, la comunidad informática de a pie ha tratado siempre de emular, con mejor o peor resultados, el habla humana, con programas con los que puedes chatear. Todos ellos se someten al famoso test de Turing. Un programa de chat artificial superaría dicha prueba si una persona, al otro lado, no fuera capaz de determinar en qué momento habla con una persona y cuando con lo está haciendo con una máquina. Confieso que he probado todos los de dominio público que podido averiguar que existen, la mayoría de ellos en inglés, y la mayor parte de las veces los resultados son curiosos y graciosos, conversaciones surrealistas que bien habrían servido a los hermanos Marx para crear un filón de películas, pero la realidad es que distan mucho de ser capaces de superar, en una conversación medianamente larga, el test de Turing, generalmente porque parecen demasiado cultos.
Sin embargo la decepción de las investigaciones no debe llevar al desánimo. Personalmente creo que hay un problema de concepto en todo esto de la inteligencia artificial, ¿por qué debe emular a los seres humanos?. Por supuesto primero habría que definir lo que es inteligencia, tarea nada sencilla por otra parte, pero existe un mínimo consenso generalizado en que la inteligencia es la capacidad de adaptarse a problemas y situaciones que no había experimentado antes y que no tiene datos ni información previa para procesarlos. El ser humano cumple este requisito a la perfección, se puede adaptar y resolver problemas sin adiestramiento previo, en disciplinas muy distintas y sin tener una experiencia anterior. Las máquinas realizan tareas muy concretas de manera excepcional, pero son incapaces de adaptarse a nuevos retos. El mejor programa de ajedrez es capaz de vencer a cualquier ser humano, pero es absolutamente incapaz de vencer al tres en raya a un niño de 5 años. No aprenden, entre otras cosas, porque no les hemos dado la capacidad de aprender. No nos ha interesado, ya que pretendemos que los ordenadores resuelvan problemas concretos, de manera rápida y eficaz, no queremos criar a un nuevo hijo.
Y vuelvo a insistir en mi planteamiento, ¿por qué las maquinas deben tratar de emular a los humanos? ¿acaso es la única manera de inteligencia, o la más perfeccionada, o la más útil? El ser humano cuenta con muchos mecanismos que están sujetos a las propias limitaciones de sus circunstancias físicas y circunstanciales. Por ejemplo, cualquier persona ha desarrollado mecanismos automáticos para retirar la mano cuando nota que se está quemando con el mango de la sartén, ha desarrollado “miedos” y temores al calor, muy efectivos para su supervivencia. La emulación completa del ser humano implicaría reproducir miedos y limitaciones con los que no cuenta la realidad estructural de una máquina, no los necesita para ser operativa. Como el ejemplo del calor se podría seguir desarrollando cualquiera de los múltiples mecanismos del cerebro humano “preparados” para evitar que su dueño cometa temeridades.
Siguiendo con la imitación artificial de los humanos, los defensores de la imposibilidad teórica de la emulación total acuden rápidamente a argumentos como los sentimientos, el amor, el cariño, la tristeza, etc. para sentenciar que una máquina nunca será capaz de “sentir”. Pues hoy, como es mi blog y mis planteamientos, también sentenciaré yo lo que me parezca. Los sentimientos, observados desde su resultado, desde lo que percibimos exteriormente, parecen extremadamente complejos y azarosos, pero son sólo el resultado de un proceso perfectamente lógico, en un número tan elevado que es imposible de determinar, pero sujetos a procesos lógicos de cualquier forma. Que nadie se engañe a estas alturas, el amor, la ira, o cualquier otra actitud “humana” son procesos químicos, físicos y eléctricos que nos predisponen para adaptarnos perfectamente a una situación. Desde el punto de vista evolutivo es magnífico que exista el enamoramiento, que nos sintamos increíblemente bien cuando vemos a una persona que nos atrae, ya que en ese momento tienes la predisposición absoluta para dedicar todos tus esfuerzos a conseguir a tu chica, que copules, etc, etc, y tengas hijos. Como en todo, podríamos poner mil ejemplos, más o menos discutibles, pero con una esencia común. Los sentimientos son estados de alarma y predisposición, a veces muy útiles, y otras veces inútiles, nadie dijo que el ser humano fuera perfecto. Pero ¿acaso no estaremos humanizando a los humanos, otorgándoles características humanas a maquinas altisimamente perfeccionadas en 3000 millones de años de evolución?
Por polemizar un poco más, ¿en qué se diferencian los síntomas perceptibles del enamoramiento humano de una máquina altamente sofisticada que después de un largo y complicado proceso de evaluación y recogida de datos ha terminado por decidir que se encienda el pilotito bajo la etiqueta “sobrecalentamiento en el núcleo”?.Ahí dejo la pregunta. Continuará....
Etiquetas: Ciencia



























De acuerdo lectores, cuento con pocos años como para haber presenciado la segunda guerra mundial, para haber presenciado en directo a Amstrong pisando la luna y jodiendo con ello, para siempre, la vida de Aldrin o incluso para decir algo de Franco vivido en mis propias carnes. Sin embargo cuento con los suficientes como para haber vivido un fenómeno, casi convertido en psicosis, que compartimos todos los que pisamos el siglo XX: el futuro incierto que deparaba el año 2000. Y no me refiero al invento periodístico del efecto 2000, absurdos sensacionalismos, sino a la esencia misma del cambio tan importante y con un efecto psicológico tan brutal como iba a ser ese.
No creo que haya nadie leyendo este post que haya nacido en otro siglo. Ojala este blog se mantenga tantos años que tengamos a invitados del siglo xxi, así que todo el mundo entenderá lo que digo. Desde que nacimos, el año 2000 estaba ahí, intangible, distante hasta el infinito, era un año que no iba a llegar nunca jamás y que nos sirvió para acumular todas las esperanzas tecnológicas y personales. Era la referencia de todas las películas y de todos los comentarios. Era aquella fecha que siempre pones cuando especulas entre los amigos donde acabará cada uno, una fecha que sólo existía en la imaginación porque jamás creímos que era posible que llegara. Era un recurso que teníamos, no hacia falta que existiera realmente.
Y mientras el milenio se iba agotando, en los 90 ya muy tardíos, aún permanecíamos hablando del 2000 como la fecha culminante de la ciencia y el futuro. No era moco de pavo, el 2000 representaba la esencia misma del futuro, no era posible que algo que siempre ha representado algo tan lejano y tan poderoso estuviera delante de tus narices, especialmente cuando la realidad que se avecinaba distaba mucho de la imaginación de nuestras calenturientas mentes. Yo al menos me negué a aceptarlo.
Y sembrado de polémica y cataclismos informáticos... llegó. Pero que triste llegó el hijo de puta. Los coches no volaban, las casas no se limpiaban solas, la comida no se tomaba en forma de pastillas astronaúticas, nuestra forma de vestir no era plateada y aséptica, Marte seguía siendo rojo y solitario ajeno a la mano del hombre, no existían los ciborgs, no había implantes biotecnológicos que nos hicieran aprender un idioma en un segundo, las películas de cine no eran con hologramas, los Morancos y Cruz y Raya no se habían retirado, no teníamos videoconferencias en nuestras casas, las llaves no se habían sustituido por lectores de retina, no existían maquinas para hacerte viajar a otros planetas, no se podían dar paseos por el espacio, de la realidad del orgasmatrón ni hablemos, los niños no nacían en incubadoras, no se había descubierto la cura a todas las enfermedades, no teníamos a un extraterrestre amigo en cada casa, la nevera no hacía la compra al supermercado, no existía la maquina del tiempo, los ordenadores no eran cuánticos ni ópticos, las fachadas de las casas no podían cambiar de color, en los bares no se podía pagar con tarjeta.... definitivamente todo lo que habíamos creído durante toda nuestra vida era una mentira.
Y el 2000 significó eso, la realidad evidente de que todo lo prometido y soñado durante toda tu vida no servía para nada. Antes no importaba que las lavadoras no plancharan la ropa, siempre quedaba el recurso del “futuro”, dicho con la boca bien grande. Y es curioso observar la visión del futuro en el pasado, en décadas anteriores, donde los iluminados imaginaban robots que realizaban tareas complejísimas, pero con un aspecto totalmente arcaico a nuestros ojos actuales, con remaches, metales pesados, formas poco estilizadas y movimientos bruscos. Da igual, los sueños de todas las décadas que nos precedieron eran iguales a los nuestros.
No sé si alguno de vosotros compartirá mi opinión, pero en aquel año, aunque tardé algún tiempo en darme cuenta, desapareció la sensación de futuro. El milenio nos quitó la ilusión de pensar en un futuro tecnológico mejor y, sólo un año después, el insoportable euro nos quitó el pasado. Bienaventurados los que vivan en el siglo XXX, porque ellos pondrán todas sus esperanzas en el año 3000.














Supongo, y es lo único que puedo hacer sin poder meterme en la piel del otro, que todos los consultados tendrán una lista similar de problemas y deseos frustrados, no en la coincidencia de los motivos y las letras, pero sí en la importancia y frecuencia. Sí, el hombre más rico del mundo tiene miles de cosas que tú no tienes (o billones, mejor dicho), pero es igual de infeliz que tú cuando ve que baja el índice de la bolsa o su Windows no termina de ser bien criticado.

WOW!esta todo muy interesante!!